En todas sus historias aparece el mismo tren, y la misma niña sentada enfrente.
Solía contar que era extraña, pero linda, que sus ojos, a pesar de estar vacíos, iluminaban el tren. Mencionó también que su pelo, conforme pasaba el tiempo, perdía su brillo, pero que a él le seguía pareciendo precioso. Odiaba observar como apenas se mantenía en pie, y él no podía estar a su lado y ayudarla. Pasaba los viajes escribiendo en un diario. alguna vez pudo fijarse en su contenido, en él habían sumas cuyo resultado no superaba los 500. En la primera hoja había pegado un calendario. En cada día había escrito un número, en algunos habían caras sonrientes, en ellos no habían números, eran como mucho seis o siete seguidos, después solían haber números altos. Al cabo de varios meses pudo averiguar que se dirigía al hospital, a psiquiatría, nunca supo porqué. La última vez que la vio, ella llevaba un vestido blanco. Su piernas flaqueaban. al perder el equilibrio y caer al suelo, él acudió en su ayuda. Ese día, por fin, su voz, y verla sonreir. Un susurro, gracias, y la primera sonrisa que había visto en su rostro. En el viaje de vuelta no la vio. Sospechó que se quedó en el hospital, pero él piensa que quizás perdió el tren. Sigue subiendo al tren cada día, esperando volver a verla. A pesar de que hayan pasado ya años, él necesita saber su nombre, tan sólo le quedan sus historias y el susurro de aquella niña.
